Detenimiento del instante
En esta foto, además de mis hermanos, mis padres y yo,
aparecen sentados y en primer plano mis abuelos maternos. Nosotros, estamos
guareciéndolos de pie en segundo plano, formando una media luna. En el fondo, a mano izquierda, está la casita
de palma y madera, idéntica como la guardaba entre recuerdos antes de que mi
hermana Hulda me mostrara este
retrato. A mano derecha se puede ver el pozo de agua reluciente y sobre el
brocal logro distinguir como un punto errático de luz vertiginosa, la cubeta de
metal galvanizado con la que llenábamos un tanque con capacidad de 200 litros
que algún petrolero de aquellos tiempos le regaló a mi papá Beto. La mata de gardenia, también a
mano derecha pero en primer plano, pregona su
blancura y cerca de ella mi
abuela Natividad, custodia su aroma
en el volátil resplandecer del mediodía. Ahí estamos todos, en este
detenimiento del relámpago que vive dentro mí como una perturbación latente.
Papá Beto
Cuando tú
habitaste aquella suave marejada de selva
creciendo en
el palpitar del mundo,
las cosas
encontraron su orden en cada sitio.
El agua del
pozo resucitaba luciérnagas vespertinas
que alzaban el
vuelo con la reverberación del día en tu mirada.
Esa mirada de
pequeño y ágil pez de río entretenido,
la misma que
atravesaba el verdor del musgo nocturno sometiendo la llovizna.
La recia
mirada de hombre recto, de insignificante hombre de Dios
abastecido de
todas las bondades para recrear el vertiginoso trajín de la faena.
La idéntica
mirada que ahora contemplo en el pálido sepia de la fotografía.
Mamá Nata
Sólo yo puedo
ver en esta foto la blancura imantada de tus alas.
Ángel
incandescente. Arteria de mi infancia.
Fuiste tú mi
niñez ángel de oro.
Un vuelo de
crisálidas tatuaban la hojarasca del aliento
con los signos
de la palabra amor en el murmullo de tus labios.
Sólo yo logro
mirar tus alas desplegadas reflejando la luz
de la misma
forma que un mango maduro hace trizas con su aroma
el pulso
sosegado y la respiración del cosmos.
Solo, arrinconado
en mi propia sangre de animal efímero,
me declaro
indefenso ante la vastedad entrañable de tu abrazo
que amparaba
demonios y arcángeles al filo de una bendición ante el insulto.
Don Bello García Márquez
Trotamundos, cuentasueños, corazón de pollo.
El alma de la
palabra vertida en tu conversación
desplegaba las
puertas del absurdo,
trascendía las
sílabas, el asomo tirabuzón de las palabras.
El alba del
habla en tu saludo bogaba corazón adentro
en una barca
de duendes amarillos
que nos
perdían en el bosque de la infancia.
Baúl de sueños
en la casa del abrazo.
Beso tu foto,
viejo ciego, sigilo de pez nocturno a la deriva.
Mamá Sofi
Tú eres mi
niña yo soy tu amor impostergable
y hoy que toco
tu frente de infinita fronda de árbol dormido, la vida es leve,
la vida es un
ritmo amainado de latidos en el cálido trinar desde tu pecho.
Tú eres mi
niña, no podría ser de otra manera.
Yo soy tu amor
que juega a entretenerse
en esta
brevedad de vida en que temblamos.
Hulda
Aquí estamos
al fin hermana primogénita,
ya crecimos,
ya somos mayores.
Ahora es más
cercano el invierno
cuando alarga
la vida su brazo de molusco
oscurecido de
pronto por un viento enlutado
que hace
flotar sábanas y desentierra osamentas de recuerdos ajenos.
Aquí estamos
ahora, hermana displicente.
Profetiza del
alba.
Los varones
aprendimos oficios.
Las mujeres a
no perder el juicio.
Esperábamos
más en este bosque oscuro
pero un adiós
secreto despertó pañuelos blancos en el mar de los años.
Manasés
Te bendijo Jacob mas no su ángel
y el dolor
como una flecha te traspasó el corazón en tu primer hijo.
Eras una
imagen fugaz de roble anochecido
cuando
frágiles barcazas iban a la deriva sobre tu mar de llanto.
Fuimos uno
contigo en tu bahía insomne
silenciando
con los dedos el rumor de las aguas.
Fuimos uno
contigo y nuestra madre despertaba en la cocina
olores a
tamales y a flor de cempazúchitl.
Cachorro de león tu selva sueña,
abre sus
ventanas azules y el rugido que te habita al fin despierta
y lo abarca
todo en un oleaje de recuerdos
donde somos
uno contigo en la oscura lejanía
de aquel
zarpazo de tiempo entretenido.
Ruth
La moabita en
los campos de Booz,
la de tierna
silueta y bálsamos adormecedores.
Cuando tú
cruzabas los sembradíos
la tarde caía
en tu vestido detrás de fantasmas nocturnos
y los
cosechadores hacían de la jornada una fiesta de palabras dispersas.
Trazaba la luz
horizontes secretos
y un graznido
de cuervos llegaba entre las risas
Encendías el
alba en un discurso de hojuelas
y la oración
era el vino que aguardaba una señal en la humedad de los labios.
Nuestra
hermana tú, nuestra madre; nuestra virgen tú, nuestro amparo.
Calcinación de
un recuerdo prehistórico en la provocada mutación de la memoria.
Elí
Yo siempre me imaginé Robin para que tú fueras Batman.
La aventura comenzaba al descorrer su cortina la mañana
y a pesar de la sentencia y el castigo siempre había escapes
que nos llevaban a bordo del peligro hacia los bancos de
arena.
Manasés, Aquila, tú y el primo Obed;
la pandilla del escándalo.
Recuerdo aquel día en que el tío Jesús enviado por nuestra madre,
nos robó las ropas y tuvimos que esperar la noche para
regresar a casa
llevando nuestra desnudez de sombra en sombra,
un centelleo de pez en la mirada y un concierto de tambores
en el pecho.
Había en nuestros juegos de infancia proezas de selva,
conjuros de agua,
travesía de espantapájaros, zarampicos y pandorgas.
Siempre fuiste el primero en todo y tocaste el abismo antes
que nadie,
para enseñarnos la fragilidad de aquel barquito que navegó
solo
en la turbulencia del río efímero que una torrencial lluvia
formó en la calle.
Elí, Elí, lama
sabactani, le dijiste al abismo, por qué nos has desamparado.
Yo
Aferrado a la
falda de mi madre,
bajo el
sometimiento de la cámara fotográfica y su destello
miro con
timidez la reverberación de la luz sobre las alas de posibles libélulas
girando
alrededor de aquel instante de crepúsculo.
Se percibe
como un abismo la ausencia de Jocabeth,
la menor
y a la ahora
de presentir dentro del retrato este vacío
que sugiere
duendes aéreos remando hacia la muerte,
ya no me queda
otro remedio que aceptar las horas consumidas
en la que los
juegos y el hambre descifraban la alquimia de la risa.
Las figuras
estáticas, el desviado reflejo del sol entre las ramas
y la
prolongada caída de una tempestad de recuerdos
constituyen
hoy como la fe de mis mayores, la sagrada imagen de familia.
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