RETRATO PÓSTUMO DE DOÑA SOFÍA MADRIGAL/ pastora de sueños.
-Déjenle dormir,
que quien duerme, en el sueño
se ensaya a morir.
Sor Juana Inés de la Cruz
I
Mi madre duerme
y sé que sueña sometida por la infinita
ternura de un ángel
que a su vez yace acurrucado debajo de sus
propias alas.
La muerte juega hoy a su capricho
con los latidos de un pulso en su extravío,
se regodea entre el afilado sesgo de un cuarto
claroscuro
y la postergación de la memoria.
Mi
madre duerme,
todos sus ángeles íntimos revolotean en su
corazón niño que envejece,
en su negrísima sangre reciclada que le
devuelve el estupor,
la turbación y la caída en el abismo sin su
vuelo.
II
Todos estamos aquí,
menos yo que siempre estoy en otro mundo
empujado hacia la vida por un pájaro de rumbo
quebradizo.
Nunca pensé que la existencia tuviera un día
inverosímil en su centro.
Mi madre duerme y el ángel de su abrazo está
distante
pero sonríe tristemente y aguarda a que otro
ángel le sostenga
en una convulsión de estrella huérfana
amanecida en su luz como relámpago.
El ángel de su beso no perdona,
flota enfebrecido entre los labios, no
perdona,
se zambulle soñoliento en su respiro
apabullado
y pierde el equilibrio en la marea etérea,
germinal, de nuestro aliento.
III
Ella fue pastora de sueños que amanecían
crispándonos el hambre
y abría las dádivas del fuego con un
resplandor de panes invisibles.
Mi madre duerme y sueña,
hay en el sueño mariposas de hojalata
destellando la luz en su aleteo
que desdice el recuerdo entre las sombras.
Tiene en sus manos la rigidez de la piedra, la
tersura del agua
y un precipicio de ausencias en la distancia
del aire,
hay en su mano izquierda un corazón alado;
un tierno corazón de ronco latido eterno.
IV
Mi madre duerme,
hoy el día es un pétalo de rosa blanca en una
llamarada de recuerdos
y habrá que colocar un vaso de agua para que
perdure su impulso diminuto
en la volátil pulsación de tiempos
inconclusos.
Sus hijos seremos: mujeres portentosas y
hombres amorosos
al filo de su sueño cobijados de azar.
Y mientras ella duerma
en la pálida espera de las horas cumplidas
con la leve sonrisa de su ángel pleamar
nos devolverá el espejo en la frágil vastedad
de los adioses.
V
Mi madre sueña,
el sueño no es sólo el fugitivo desliz de la
razón
en el que amarramos los actos que nos
ruborizan ante el espejo.
El sueño que ella vive en su estado de
ausencia,
tiene el vaivén de un pañuelo blanco flotando
en el piélago azul
del colectivo deseo que en un sobresalto nos
despierta.
Su sueño es de barro húmedo, de lluvia
eternizada,
de oquedad en un abrazo etéreo y de silencio.
Pausa en la memoria es la muerte y dentro de
un recuerdo mi madre sueña.
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