Níger Madrigal: obra plástica y literaria
lunes, 11 de diciembre de 2023
miércoles, 22 de noviembre de 2023
jueves, 30 de junio de 2022
Cinco poemas de El
cuerpo sitiado (2010)
Níger madrigal
…su cuerpo ofrecido seguido como un sendero músculos mucosas nervios con hierbas bajo la piel ora quemadas en el candente verano ora diferentemente suave según el aguacero o el rocío su cuerpo que se estremece el redondo el plegado que responde secretamente con un pellizco de raíces en la dura rocalla de los huesos…
Werner Lambersy
Estado de coma
(geografía
del tiempo en la sangre)
I
La llaga comienza en una comisura inadvertida,
después lo invade todo. Sangre y tiempo
transitan el mismo cuerpo aquietado, envuelto en una lentitud de árbol que todo
lo registra en su corteza. El tiempo está en la sangre y la sangre en el
tiempo, tienen el mismo ímpetu y se volverán lentos de igual modo. La desnudez;
un traje de agua confeccionado para la tierra. El tiempo está listo, la sangre
dispuesta, pero la desnudez se halla inconclusa cuando la tierra ha iniciado la
llaga en una corriente que busca el hacia dónde. El cuerpo aún no se despoja de
sí mismo, queda la memoria, lo va reconstruyendo involuntariamente, le devuelve
el instinto, la lujuria y crece la llaga que lo viste de nuevo. La tierra lo
recuerda de un sueño: está inerte, bajo un sometimiento brutal.
II
Las venas son invadidas por un tiempo frío que apenas
avanza con la sangre; ambos buscan el calor de la piel, de los huesos, de las
vísceras, en un cuerpo abastecido por el delirio que va cayendo de la oscurana
como un largo baño de rocío. Porque el tiempo da sazón a las cosas amadas donde
los sueños tienen su medida exacta y son perfectamente navegables. El delirio
llega en el tiempo justo, en el invierno de la ciruela pasa del cuerpo, cuando los mínimos recuerdos le son un
festín recuperado y la grata compañía que lo mantiene ansioso.
III
Pero esta complicidad entre sangre y tiempo –a la hora de
escoger la ruta del amor– traspasa con una dulce embriaguez la poderosa
presencia de otros cuerpos intactos que ignoran lo incorruptible de la palabra
en los labios que nadie besó, entonces un signo los vuelve absurdos y no hay
más remedio que postrarse ante el imperio de la llaga; la hermosísima herencia
de la luz.
IV
La sangre fluye detrás de los sueños y a pesar de la
sombra; el tiempo es vértigo latente en las arterias. Hay tiempo acompasado en
la palpitación de un cuerpo amoroso convertido en llaga. La costra no se ignora
ni se olvida, porque es un dibujo indeleble que un día aparece ante los ojos y
ya no dejamos de mirar el crecimiento de sus ramificaciones como las de un
árbol sin fruto en el edén.
V
Se abre la pronunciación del último beso. Besar lo eterno
no es concebido en el cimiento del instante donde inician los verdaderos días
finales. Besar ahora es un símbolo inconcluso en el grabado abstracto de la
piel, en el desierto de una lengua amorosa que abarca el desierto de todos los
silencios. Los objetos silenciosos por herencia inorgánica, habitan la llanura
de una lengua no tocada por las sílabas paradisíacas del beso; sin embargo, los
nombres memorables, tocan la lengua como a una embarcación que es guiada hacia
un beso recién resucitado.
Cinco poemas
de Oscurana (2011)
Níger
madrigal
Recordar es saber lo que se ha
visto. Saber es recordar lo que se ha visto. Ver es saber sin recordar. El que
no tiene memoria no recuerda a Dios ni su oscuridad.
Orhan
Pamuk
Para
mi padre,
para
Teodosio García Ruiz por su amistad y su poesía.
I
La ceguera es un
sitio de sonidos inevitables, semejante a los grandes cuartos de las viejas
casonas donde flotan recuerdos que son ecos. La luz se neutraliza de igual
forma que en un océano a media profundidad. Los ciegos indudablemente son seres
de manos poderosas, despiertan nuevas virtudes en las yemas: adivinar,
fotografiar, recordar. Escogen los mejores ladrillos de la vida diaria y los
colocan uno sobre otro para formar cimientos en la vasta llanura de
Oscurana.
II
Mi padre entró a
Oscurana cuando su mano vacilaba ante el abismo igual que un astro dentro de la
palpitación del alba. Oscurana vibra en una envoltura de celofanes rojizos,
allí se reconsideran las formas que la memoria desenvuelve como regalos de
navidad para nombrarlas. Señorea la penumbra del insomnio y parece que los
seres vuelven de nuevo a su placenta, los ruidos son corpóreos se agrupan y
persisten en una migración infinita. La luz allí es una isla en el océano de lo
soñado.
III
Abro la puerta del abismo esperando que un ángel aparezca de nuevo y me
sostenga. Abro para encontrar a mi padre en su ceguera, a gatas, recolectando
migajas de vida persistente para recrear su lento morir. Abro este abismo de
ahogado a la deriva sobre la noche de un mar de sombras consumadas. De ese que
fui en la infancia lleno de asombro ante los primeros sueños, ya no queda nada,
pero insisto, abro esta puerta de herrajes olvidados y estoy parco, expectante,
deseando que un batir de alas agite el aire de la noche y sus reflejos. Nada
soy entre tinieblas sino un fantasma que desnuda sus recuerdos. En la memoria
uno es el que acomoda las cosas como mejor le parece.
IV
Todo
cabe en Oscurana sabiéndolo vislumbrar: acontecimientos fugaces, tarantín,
aeroplanos penetrando el cielo de la ciudad. Algarabía. Ruidos congregados
reposan sobre el tenso alambre del equilibrista que se abre paso y mide su ruta
en el laberinto reinventado de la mañana.
V
Unas alas vencidas y el esbozo de un cuerpo desnudo entre la
bruma, reposan sobre el tiempo religado en las manos que tocan más allá de lo
inasible. Me place estar en lo que he sido debajo de estas alas de blanquísimas
plumas y brutal transparencia. Si no fuera por la tierna luciérnaga entre sus
labios, la ceguera sería más insoportable: un avance forzado tal vez, un abrir
el abismo con la fuerza de una maquinaria inmensa.
lunes, 28 de junio de 2021
Níger Madrigal: incluido en antología hispanoamericana de poesía para niños y jóvenes
CAJITA DE FÓSFOROS
Antología
hispanoamericana de poesía para niños y jóvenes (Ekaré ediciones, Caracas-Barcelona, 2021)
En las ramas de la noche,
una constelación de luciérnagas
sigue la ruta del sueño en que viajamos.
jueves, 4 de abril de 2019
Presentación de antología Tiempo religado en las Jornadas Carlos Pellicer 2019
Naturaleza y ritualidad
Ernesto Lumbreras
Si
el ojo crítico en torno de la poesía mexicana rebasara el confort estético de
maravillarse solamente con los volcanes de la meseta del Anáhuac y, moviendo
sus mojoneras más allá del Cuautitlán mental de sus gustos e intereses
literarios, se toparía con otros paisajes —de otras altitudes y otros climas— que
merecen ser considerados objetos de estudio. ¿Por dónde empezar? Tal vez, la
ruta del sureste nos obsequie algunos avistamientos libres de los tópicos de la
exuberancia y las selvas vírgenes. En particular, la poesía escrita por autores
nacidos en Tabasco en la década de los sesenta puede tomarse como un enclave de
“furor y misterio” diría René Char. Esta generación supo asimilar y discernir
el legado monumental de los tres grandes, Carlos Pellicer, José Gorostiza y
José Carlos Becerra, a partir de una distancia y una revisión críticas que
pusieron a prueba la identidad y el estilo líricos de cada uno de los
exponentes.
Muy
especialmente el peso y la densidad del universo pelliceriano, íntimamente
relacionado con la naturaleza tabasqueña,
se presentaba —peligro y debacle
de muchos— como un modelo prestigiado digno de imitar. Los más cautos se
mantuvieron a la orilla de ese río, pródigo de imágenes y metáforas, caudaloso
de ritmos y sonoridades. Cada uno observó y estudió ese espectáculo de aguas.
Se miró en sus espejos rápidos y aprendió paulatinamente a reconocer su porción
de mundo. Entre las voces que destaco de esta promoción, poetas de registros
personalísimos, están Francisco Magaña (1961), Níger Madrigal (1962), Teodosio
García Ruiz (1964-2012), Jeremías Marquínes (1968) y Antonio Mestre-Dommar
(1969).
La
obra de Níger Madrigal tuvo su primera estación en 1991 tras la publicación de Amontonamientos. El título del libro ya sugiere el tono de
desenfado y juego de los poemas allí reunidos. Si bien tiene la impronta, “de
lo que diga el poeta” (Pellicer, dixit),
el impulso adánico de acumular “verdades de realidad” no es tan protagónico ni
inocente en su discurso; esos paisajes marítimos tienen la mancha de la
historia y del incivilizado progreso por lo que el poema se asume como un
estado de conciencia. En ese contexto,
el mar descrito es un mar vivido desde la memoria, suma de posesiones
corporales de un nadador que avanza entre las olas de un lenguaje atribulado y
líquido. Esta poética de habitar los objetos del poema tendrá en la siguiente
entrega, La blancura imantada (2000),
una mejor resolución y un inventario de percepciones más rico y sugestivo. Las
evocaciones y metáforas sobre el pozo de agua
—de grata presencia en la lírica de Nervo y López Velarde— funcionan en
estas páginas a manera de corredores que nos llevan a otro tiempo, el de la
infancia de manera especial: “porque en domingo era más fácil encontrar / el
diminuto ojo de agua que nos miraba / oscuramente desde nuestra sed.”
Aparecidas y ángeles se mezclan en los rituales cotidianos. Bajo la lluvia, la
existencia se torna irreal y frágil. ¿Todo es un comenzar desde una blancura
magnética? El que avanza por las calles y las plazas del poema es el único ser
verdadero, la única certeza de que estamos aquí, en tránsito y de manera
provisional. Extravíos, clarividencias, especulaciones. A cada paso que doy por los poemas de este
volumen me siento como dentro de un cuadro de Giorgio de Chirico, con
vegetación y sonidos de un trópico expectante y acechante de cada uno de mis
movimientos.
De manera tácita,
en Criatura de isla (2008), Níger
Madrigal pone mar de por medio al “paralelo de la poesía” tabasqueña y declara
sus filiaciones literarias como afectivas con la ínsula en forma de caimán:
Cuba. Si ya en su libro anterior un epígrafe lezamiano delataba tal querencia,
las líneas de Dulce María Loinaz y Virgilio Piñeira sirven ahora a modo de
salvoconducto para internarnos en una geografía sensorial amenazada por la vida
moderna. Los poemas en prosa y en verso del libro, con su meditado discurrir
narrativo, trazan un itinerario hacia zonas de la experiencia humana donde
todavía es posible un reconocimiento en el otro, no obstante los fracasos y
traiciones al interior de la tribu. En estos poemas, el tópico de la isla y la
utopía, no cede a la tentación mesiánica; se trata, en todo caso, de una
conversión de la isla misma, un zoomorfismo que conceda a este territorio un
cuerpo como un espíritu: “Soñamos por mucho tiempo / con la omnipresencia del animal como si fuera
un signo / en la constelación de una plática nocturna.”
En El cuerpo sitiado (2010) y Oscurana (2010)
las metamorfosis y las degradaciones del cuerpo enfermo colocan a nuestros
sentidos y a nuestra conciencia en un estado crítico. Otra dimensión del estar
y del ser. La enfermedad como un nuevo sistema para relacionarnos con el mundo.
En cierto modo, la poesía contiene, a veces como potencia o debilitamiento, un
enrarecimiento del entorno, una cima y un cisma de lo real, un vértigo y una
demora al momento de transcurrir nuestro tiempo de creaturas mortales. El
hospital y el quirófano adquieren entonces estatuto de templo y altar, portales
intemporales que transportan al enfermo hacia límites impensables, la muerte,
lo divino, la nada… Este tema apasionó a Paul Válery y Xavier Villaurrutia.
Finalmente, en el cuerpo humano transcurre la vida y la historia, el horror y
la belleza, el amor y la muerte, por más paradojas que invente la razón. Decía
al respecto el autor de El cementerio marino: “Algunas veces me parece
la razón ser la facultad de nuestra alma para no comprender nada de nuestro
cuerpo.” La indagatoria de Madrigal es menos especulativa y más entrañable. La
vejez o el estado de coma no se abordan en su escenario clínico. Como en Hospital
Británico del argentino Héctor Viel Temperley o Caza de la
venezolana María Auxiliadora Álvarez, la enfermedad o condición de ingravidez
se asumen como un reconocimiento del cuerpo mismo, un retorno al origen: “hay por todas partes nidos de sílabas tiernas / que mojan tus labios dentro
de una plática frutal.”
Desde
mi lectura, Oscurana es el libro más
pleno e intenso de Níger Madrigal. El tema cardinal y cordial es la ceguera del
padre, pero también, se alude y se entrecruza la del amigo, el poeta Teodosio
García Ruiz. Vía un aliento narrativo del texto, el poeta va construyendo el
territorio, el reino y el ámbito de Oscurana.
Se trata de una geografía poblada de sinestesias y de imágenes audaces. Se
trata de un acompañamiento, desde la compasión, a esa zona “donde el sol calla”
rotundamente. Cada uno de los fragmentos conserva su autonomía argumental y
lírica, pero al mismo tiempo, encadena su tensión con las otras piezas creando
un todo orgánico de innumerables conexiones. El poema no intenta suplantar la
visión del ciego con su trama analógica. Tampoco aspira a inventar una
mitología en torno a esta pérdida sensorial a la manera de H. G. Wells o
Ernesto Sábato en sus célebres relatos. En todo caso, la indagatoria de
Madrigal, libre del prurito literario y piadoso, discurre sobre el extravío y
ceguera del mismo lenguaje —palabras sitiadas entre dos
oscuridades— como una respuesta a su
incapacidad o insuficiencia en su decir:
De la tristeza os cura Ana en un lentísimo viaje de plumas que flotan en el
aire donde danza su cuerpo malabar. Os cura en Oscurana, con su palabra de
luciérnaga borracha escapando de sus mordidos labios. Os cura de la penumbra y
de sus vaguedades eternas y con su blanca mano os devuelve el azul del mar y el
cielo reunidos.
Finalmente, la última estancia que reúne la antología Tiempo religado nos presenta la propuesta más compleja y ambiciosa
del poeta nacido en Cárdenas Tabasco: Colección
de Portarretratos (2014). En este volumen, su autor hace coincidir y
debatir a sus dos grandes pasiones artísticas, la poesía y la pintura. En el
presente de la poesía mexicana tenemos varios casos de poetas-pintores que no
es lo mismo que poetas que pintan o pintores que escriben versos. Como artes
complementarias de una visión del mundo —y por qué no, también,
de una dicción—, autores como Francisco Magaña, León Plascencia Ñol o Kenia
Cano recorren la superficie del lienzo o del papel con el mismo rigor y
perplejidad con el que transitan el territorio —libreta o pantalla— que
habitará el poema. En el caso de Madrigal, y en especial en este volumen, el
autorretrato del pintor y los retratos de sus seres queridos, le sirven de
pretexto y contrapunto para abordar su propia genealogía, sus pérdidas
fraternas, su infancia pueblerina, el sueño y la vigilia de la madre, el
paisaje de la tierra nativa… Al dibujar nuestro propio rostro, línea a línea,
casi sin saberlo, estamos dibujando el mundo, dijo Borges.
El mito de Narciso relata la fascinación de un joven
por su bello rostro, reflejado en un “aparte” de una corriente; pero también
anota su tragedia fatal al caer al agua y perecer en esa superficie engañosa.
Detener el tiempo, contenerlo “con falsos silogismos de colores” en una tela o
un papel es una acción contra natura. El poeta y el pintor están en permanente
guerra contra el tiempo. El poema, decía Octavio Paz, es una sucesión presente.
En la galería de retratos de Níger Madrigal, como en Las meninas de Velázquez, vemos los rostros de sus modelos y al
mismo artista pintando cada uno de los cuadros que los contiene.
Fatal e inevitablemente el poema es escrito por una
persona, una conciencia solitaria y una sensibilidad ensimismada; sin embargo,
la poesía es tiempo religado, red que
conecta las múltiples soledades con ese ente verbal que nos dice y nos calla
verdades apenas presentidas, atisbos de una belleza a punto de
desaparecer.