jueves, 30 de junio de 2022

 











Cinco poemas de El cuerpo sitiado (2010)

 

Níger madrigal

 

 

 

…su cuerpo   ofrecido   seguido como un sendero   músculos     mucosas   nervios   con hierbas bajo la piel  ora quemadas en el candente verano  ora diferentemente suave según el aguacero o el rocío   su cuerpo que se estremece   el redondo   el plegado que responde secretamente con un pellizco de raíces en la dura rocalla de los huesos…


Werner Lambersy

 

 

 


Estado de coma

(geografía del tiempo en la sangre)

 

  

I

 

 

La llaga comienza en una comisura inadvertida, después lo invade todo.  Sangre y tiempo transitan el mismo cuerpo aquietado, envuelto en una lentitud de árbol que todo lo registra en su corteza. El tiempo está en la sangre y la sangre en el tiempo, tienen el mismo ímpetu y se volverán lentos de igual modo. La desnudez; un traje de agua confeccionado para la tierra. El tiempo está listo, la sangre dispuesta, pero la desnudez se halla inconclusa cuando la tierra ha iniciado la llaga en una corriente que busca el hacia dónde. El cuerpo aún no se despoja de sí mismo, queda la memoria, lo va  reconstruyendo involuntariamente, le devuelve el instinto, la lujuria y crece la llaga que lo viste de nuevo. La tierra lo recuerda de un sueño: está inerte, bajo un sometimiento brutal.

  

II

 

 

Las venas son invadidas por un tiempo frío que apenas avanza con la sangre; ambos buscan el calor de la piel, de los huesos, de las vísceras, en un cuerpo abastecido por el delirio que va cayendo de la oscurana como un largo baño de rocío. Porque el tiempo da sazón a las cosas amadas donde los sueños tienen su medida exacta y son perfectamente navegables. El delirio llega en el tiempo justo, en el invierno de la ciruela pasa del cuerpo, cuando los mínimos recuerdos le son un festín recuperado y la grata compañía que lo mantiene ansioso.

 

 

III

 

Pero esta complicidad entre sangre y tiempo –a la hora de escoger la ruta del amor– traspasa con una dulce embriaguez la poderosa presencia de otros cuerpos intactos que ignoran lo incorruptible de la palabra en los labios que nadie besó, entonces un signo los vuelve absurdos y no hay más remedio que postrarse ante el imperio de la llaga; la hermosísima herencia de la luz.

  

IV


La sangre fluye detrás de los sueños y a pesar de la sombra; el tiempo es vértigo latente en las arterias. Hay tiempo acompasado en la palpitación de un cuerpo amoroso convertido en llaga. La costra no se ignora ni se olvida, porque es un dibujo indeleble que un día aparece ante los ojos y ya no dejamos de mirar el crecimiento de sus ramificaciones como las de un árbol sin fruto en el edén.

 

 

V

 

Se abre la pronunciación del último beso. Besar lo eterno no es concebido en el cimiento del instante donde inician los verdaderos días finales. Besar ahora es un símbolo inconcluso en el grabado abstracto de la piel, en el desierto de una lengua amorosa que abarca el desierto de todos los silencios. Los objetos silenciosos por herencia inorgánica, habitan la llanura de una lengua no tocada por las sílabas paradisíacas del beso; sin embargo, los nombres memorables, tocan la lengua como a una embarcación que es guiada hacia un beso recién resucitado.

  

 

 

La reividicación del ángel. 2005. Mixta sobre papel. 50 x 70 cm.



 

 

     

 



 

 

 

 


 

Cinco poemas de Oscurana (2011)

 

Níger madrigal

  

Recordar es saber lo que se ha visto. Saber es recordar lo que se ha visto. Ver es saber sin recordar. El que no tiene memoria no recuerda a Dios ni su oscuridad.

 

Orhan Pamuk

 

  

 

Para mi padre,

para Teodosio García Ruiz por su amistad y su poesía.

 

 

 

 

 

I

 

 

La ceguera es un sitio de sonidos inevitables, semejante a los grandes cuartos de las viejas casonas donde flotan recuerdos que son ecos. La luz se neutraliza de igual forma que en un océano a media profundidad. Los ciegos indudablemente son seres de manos poderosas, despiertan nuevas virtudes en las yemas: adivinar, fotografiar, recordar. Escogen los mejores ladrillos de la vida diaria y los colocan uno sobre otro para formar cimientos en la vasta llanura de Oscurana. 

 

 

 

II

 

 

Mi padre entró a Oscurana cuando su mano vacilaba ante el abismo igual que un astro dentro de la palpitación del alba. Oscurana vibra en una envoltura de celofanes rojizos, allí se reconsideran las formas que la memoria desenvuelve como regalos de navidad para nombrarlas. Señorea la penumbra del insomnio y parece que los seres vuelven de nuevo a su placenta, los ruidos son corpóreos se agrupan y persisten en una migración infinita. La luz allí es una isla en el océano de lo soñado.

 

 

 

III

 

 

Abro la puerta del abismo esperando que un ángel aparezca de nuevo y me sostenga. Abro para encontrar a mi padre en su ceguera, a gatas, recolectando migajas de vida persistente para recrear su lento morir. Abro este abismo de ahogado a la deriva sobre la noche de un mar de sombras consumadas. De ese que fui en la infancia lleno de asombro ante los primeros sueños, ya no queda nada, pero insisto, abro esta puerta de herrajes olvidados y estoy parco, expectante, deseando que un batir de alas agite el aire de la noche y sus reflejos. Nada soy entre tinieblas sino un fantasma que desnuda sus recuerdos. En la memoria uno es el que acomoda las cosas como mejor le parece.

 

 

 

IV

 

 

Todo cabe en Oscurana sabiéndolo vislumbrar: acontecimientos fugaces, tarantín, aeroplanos penetrando el cielo de la ciudad. Algarabía. Ruidos congregados reposan sobre el tenso alambre del equilibrista que se abre paso y mide su ruta en el laberinto reinventado de la mañana.

 

 

 

V

 

 

Unas alas vencidas y el esbozo de un cuerpo desnudo entre la bruma, reposan sobre el tiempo religado en las manos que tocan más allá de lo inasible. Me place estar en lo que he sido debajo de estas alas de blanquísimas plumas y brutal transparencia. Si no fuera por la tierna luciérnaga entre sus labios, la ceguera sería más insoportable: un avance forzado tal vez, un abrir el abismo con la fuerza de una maquinaria inmensa.

 

El hombre y su mar interior recuperado. 2010.
Mixta sobre tela. 100 x 150 cm.