domingo, 8 de julio de 2012

POEMAS de Criatura de isla


CRIATURA DE ISLA



                                                                                                                          La criatura de isla trasciende siempre al
                                                                                                             mar que la rodea y al que no la rodea.
Va al mar, viene del mar y mares pequeñitos
se amansan en su pecho, duermen a su calor como palomas.

 

DULCE MARÍA LOYNAZ





Hemos vivido en una isla,

pero no como quisimos,

mas como pudimos.

Aún así derribamos algunos templos

y levantamos otros que tal vez perduren

o sean a su tiempo derribados.

VIRGILIO PIÑERA



 Llegamos a Punta Esmeralda en el tiempo de la mariposa tornasol,  miles de ellas morían en la carretera incrustadas en los automóviles.
El planeta venía de padecer otros mil años.
Nada ambicionábamos, sólo la huída y la probabilidad del encuentro con la calma que a cada instante nos faltaba provocando que nos sintiéramos inútiles como perros  enfermos de sarna. Al contemplar en las fotografías los registros de un tiempo venturoso, nuestras frentes alzadas reflejaban como espejos cóncavos la prolongación de un paisaje con árboles en retoño. Cercana la noche guardábamos de nuevo aquel álbum familiar para encaminarnos hacia los arrecifes, dentro de los cuestionamientos, cerca de las confesiones.


                                *

 No supimos contar

los animales sedientos de nuestro cuerpo isla    

Todo para nosotros era desconocido

porque todo poseía alas invisibles y se nos escapaba

La luz abría sus piernas infinitas

y el animal iba entrando

con la fuerza imparable de un sismo

le ofrecíamos el cuerpo

los sueños

y quedábamos ultrajados e indefensos

ante la más rara dimensión de las cosas

 Las transformaciones del rostro

acontecían en las cavidades más secretas

hacia donde se retiraba el animal ya satisfecho

y volvía inesperado

con gran voracidad

como una inmensa maquinaria que devasta la selva

 Mi amor era entonces el de un niño

que corría en círculos sobre el lomo fresco de la playa

complacido en el juego de la risa

desnudaba su sombra dentro del pez

en el hambre de los pelícanos vigilantes

junto al calor indescifrable de la sangre



                                   *

 Allí, como en ningún otro sitio, estaba el más minucioso pulimento de la luz que religa todas las cosas, que las ordena. Cada cuerpo recobraba de nuevo sus espejos. El aire era siesta de la luz y nadie pedía permiso para traspasar sus innumerables recámaras. Sin vuelo, sin urgencia alguna iba hacia adelante el peso de los cuerpos, y de este modo, todos los hombres poseían una sola mansedumbre, una misma humildad ante el abrazo del aire.

                           *

 El trote del animal estaba en el aire

traía sobre su espinazo encorvado

un ángel con una lámpara de aceite

en el centro de la noche

y animal y ángel

eran aliados dentro de la maleza

en busca de la estrella perdida de nuestro corazón

atravesaban la losa de los años

sin pan sin agua

amparados por la costumbre del amor

 La llama inextinguible de su lámpara

abría como severo bisturí una tras otra

las historias de los hombres más miserables

(el amor sobrenatural no perdona)

a veces

los nombres permanecían intactos

 Un día

repentinamente 

recogíamos nuestras pertenencias para intentar la huída

y cuando tocábamos tierra en la primera isla de la ruta elegida

salía de nuevo a encontrarnos

entonces el ángel se bajaba

cogía una pequeña flama de su lámpara

y la colocaba en nuestra frente

 Soñamos por mucho tiempo

con la omnipresencia del animal

como si fuera un signo

en la constelación de una  plática nocturna

                           *

 El puerto se desliza entre el sueño y el vértigo. Por encima de los edificios una nube se funde con el humo de las chimeneas donde respira un animal despertado por el calor de su propia sangre. Un negro toca el saxo  desde una ventana muy alta y una vieja con ojos de dromedario lo escucha en el rincón del café frente al que desfila una multitud que en esos momentos ha desembarcado. Una mujer inamovible no es asunto de nadie en la isla deslumbrante de Yumey. El sombrero, la gabardina gris, la pañoleta colorida, los guantes de piel cubriendo unas manos que a su vez dan calor al pecho, son la identidad de un cuerpo absurdo. El saxo suena y ella levanta la mirada, entreabre los labios, canta consigo misma. El que toca no sabe que lo escuchan en la dimensión más nítida, la que abarca el absoluto. Ella hace ademanes, se acaricia la frente, al parecer contempla lo que está en lo invisible de la música. El vaho de sus palabras es un pequeño arroyo límpido en el océano de la luz. Ahora la pañoleta es más visible, le alumbra el rostro y se puede ver en sus ojos el zafiro que una vez dibujó al cuerpo amado. Nadie sabe que sueña en el remanso del amanecer sobre la isla.

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