Bajo el signo de la voz
1
Soy yo
el más gris de tus hijos,
arrimado a la espalda de tu plática
que me trajo el mar antes de verlo.
Soy el que sin saber nadar cayó al abismo
y respiró después de ahogado
lleno de peces, invenciones, artimañas
y un temblor de fiebre entre los dientes.
Soy el más oscuro entre la selva exuberante de
tu boca
donde siempre hubo duendes escondiendo mi
asombro.
2
¿Cómo escapo a tu palabra insomne y amorosa
si un acento persistente llega desde tus
labios
dentro de una tempestad magnífica?
Mi madre dice que no te ama,
aunque siempre te escucha dentro de una
enredadera tenaz
sembrada en tierra advenediza como un cáncer.
Es media noche y todo zumba,
hay un trapecio en la oscurana
donde tu voz se mece y luego salta.
3
Hay un grupo de inmensos árboles emergiendo de
la niebla,
bordean el camino de tu voz desde hace un
siglo.
Ante tal contundencia el amanecer está
indefenso.
Cae una sílaba parecida a un pájaro recién
nacido que intenta volar,
hay por todas partes nidos de sílabas tiernas
que mojan tus labios dentro de una plática
frutal.
4
El signo de tu voz está en un fruto de verano,
es almíbar oloroso que tiende puentes
hacia historias de amores postergados.
Alguien muerde el día como al corazón blanco
de una pitajaya
y reposan frases dulces en tu letargo.
se dispersa la mañana con los sollozos de un
ángel
y se persiguen dentro del sueño fulgores de
astros
ante una confesión atesorada.
5
Al borde del amanecer tu silencio enselvado
resplandece
debajo de gigantescas nubes negras que
desfilan.
Hemos permanecido solos las últimas horas de
la noche,
frente a frente, rodeados del zumbido
inconfundible de la maleza,
en el territorio de los signos infinitos
que congregados silencian al mundo.
Hemos estudiado durante largos minutos
la expresión hosca en nuestros rostros
sin una sola palabra en los labios que nos
reviva,
que nos regrese del precipicio de la duda en que
caímos.
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